Entre las columnas
de sombras
nuestras siluetas
fundidas,
entrelazadas,
se besaron.
Se consumió
el rosado de
los rayos
trenzados.
Furtivas brisas
entre resquicios
de piel se colaron.
Nuestras lenguas
húmedas
se saborearon.
Nuestras alas
negras
nuestros cuerpos
taparon.
Y las llamas,
furiosas,
se consumieron.
El lucero cálido
con sus dulces
rayos
acarició
nuestros pasos.
Mis ojos nunca más
te observaron.
Tus manos nunca
más
me tocaron.
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